Usain Bolt voló ayer sobre la pista azul del Estadio Olímpico de Berlín en una exhibición supersónica con que pulverizó el récord mundial de los 100 metros. El relámpago jamaiquino devoró la distancia en asombrosos 9.58 segundos, once centésimas menos que su anterior plusmarca universal, los 9.69 que alucinaron al planeta en El Nido pequinés.
Bolt se impuso con claridad a su gran rival, el estadounidense Tyson Gay, quien logró el segundo sitio con el mejor tiempo de su carrera (9.71”), y a su compatriota Asafa Powell, tercero (9.84”), en la carrera más rápida de todos los tiempos.
Lo más escalofriante es que da la sensación de que todavía es capaz de más. Poco antes de la final, salió a calentar y, como siempre, bromeó ante la cámara de televisión.
Relajado, tomó su lugar en el carril 4, el lugar reservado para los mejores. Arqueó las cejas, lanzó guiños al público, saludó a Powell, que estaba en el carril 6, ignoró a Gay, que estaba en el 5... Y luego anunció con gestos que ya estaba listo para despegar, para volar, para dejar a la humanidad boquiabierta.
El jamaiquino, de sólo 22 años, tomó ventaja enseguida, ajeno al griterío ensordecedor de la grada. Corrió y corrió sin mirar atrás. Zancada larga, técnica depurada y velocidad endiablada.
A punto de cruzar la meta, Bolt miró de reojo a la derecha: Gay no estaba. Miró a la izquierda y vio el marcador electrónico.
Era un récord tan espectacular, tan impensable hace sólo unos años, que el público se llevó las manos a la cabeza en un gesto de incredulidad. La marca era inhumana. Se desató la locura en el Estadio Olímpico de Berlín. Bolt supo enseguida que había vuelto a hacer historia.
“Todo era posible, lo dije y fue lo que sucedió, estoy muy feliz”, declaró Bolt.
Bolt se impuso con claridad a su gran rival, el estadounidense Tyson Gay, quien logró el segundo sitio con el mejor tiempo de su carrera (9.71”), y a su compatriota Asafa Powell, tercero (9.84”), en la carrera más rápida de todos los tiempos.
Lo más escalofriante es que da la sensación de que todavía es capaz de más. Poco antes de la final, salió a calentar y, como siempre, bromeó ante la cámara de televisión.
Relajado, tomó su lugar en el carril 4, el lugar reservado para los mejores. Arqueó las cejas, lanzó guiños al público, saludó a Powell, que estaba en el carril 6, ignoró a Gay, que estaba en el 5... Y luego anunció con gestos que ya estaba listo para despegar, para volar, para dejar a la humanidad boquiabierta.
El jamaiquino, de sólo 22 años, tomó ventaja enseguida, ajeno al griterío ensordecedor de la grada. Corrió y corrió sin mirar atrás. Zancada larga, técnica depurada y velocidad endiablada.
A punto de cruzar la meta, Bolt miró de reojo a la derecha: Gay no estaba. Miró a la izquierda y vio el marcador electrónico.
Era un récord tan espectacular, tan impensable hace sólo unos años, que el público se llevó las manos a la cabeza en un gesto de incredulidad. La marca era inhumana. Se desató la locura en el Estadio Olímpico de Berlín. Bolt supo enseguida que había vuelto a hacer historia.
“Todo era posible, lo dije y fue lo que sucedió, estoy muy feliz”, declaró Bolt.
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